Francisco y yo

Me importaba poco o nada hasta que un amigo me preguntó si iría al encuentro de Jorge, mejor conocido como Francisco, el papa.
En los siguientes días, la cuestión se repetía con distintos remitentes y en diversos niveles de seriedad. Me extrañaba con ligera preocupación la consideración que algunos habían tenido para dirigirme tal pregunta. Después de todo, los decepcionaba al no ser el católico que ellos creían.
Empecé a prestarle atención a lo que la opinión pública refería de la tan esperada visita. Y así, caí sorprendido intentando sacar cuentas de todo el movimiento económico que produce la llegada de un octogenario que agitando las manos le desea el bien a todos. Las ventas, en Perú, de los casi dos millones de polos y gorras significan una perlita en los 88 millones de dólares que se estima moverá el visitante argentino. Pero el sector comercial no es el único que se mueve. Ya estando el Papa en Chile, las protestas y demás manifestaciones poco pacifistas reclaman la atención de una sociedad que divaga en extremo dócil a lo que el distinguido personaje disponga. En Perú, se hace un esfuerzo por meter la basura bajo los muebles de la sala entretanto dura la visita. 

Muy a mi estilo, la respuesta ante la cuestión inicial era negativa. No había forma de someterme a la compañía de miles, cruzar la ciudad entera y en pleno verano, para recibir las disculpas por los abusos y demás escándalos ya conocidos o si acaso también la bendición del papa. No, mi fe no alcanzaba para ello.

No, mi fe no alcanzaba para ello.

Sé que algunos alzarán su voz en protesta, otros seguirán la moda como sugiere toda visita de celebridad y algunos - ya no tan pocos - como yo, seguiremos decepcionando a la sociedad por no ser el católico que ellos creían.

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