Hay un aprista en casa

Hubo un tiempo en que la jornada electoral me generaba gran expectativa, aquel suceso que alborotaba la masa poblacional del Perú, en un día, me hacía desear formar parte de aquella movilización pronto, cual fútil ilusión. Aún me faltaban algunos años y técnicamente no me alcanzaba sino hasta dos elecciones después, pero estaba por cumplir catorce años y aunque las coberturas televisivas me aburrían, disfrutaba viendo por la ventana el desplazamiento del gentío a pie o abarrotados en el transporte público y las formas ingeniosas en que los vecinos podían sacar provecho económico de la situación.

Mi infancia había sido marcada por la repetición en el poder de un apellido japonés y hasta entonces no entendía muy bien el gobierno fugaz del simpático bigote del señor Paniagua, luego vino la pronta sucesión de un cholo que decía ser sagrado y su mujer, cuyo acento extranjero era bastante divertido de imitar. Parece que la política siempre ha sido un tema bien fácil de caricaturizar, y de eso se encargan los mismos políticos, que no quepan dudas.

Recuerdo que al salir de la escuela, a falta de pocas semanas para la justa electoral, diariamente hacía una parada obligatoria frente a un puesto de periódicos, allí las portadas mostraban algunas inconsistencias. Por ejemplo, no entendía cómo los medios obtenían tal información, si mi tío me había dicho que el voto era secreto; tampoco comprendía que aquella información se podía negociar y las preferencias de voto podían fácilmente variar a gusto del gerente o del dueño de la editorial. En esa inocencia, me propuse determinar - desde antes de la movilización dominical - el futuro de la presidencia, decidí hacer mi sondeo entre familiares y amigos mayores de edad. La pregunta era sencilla: ¿por quién vas a votar?

Resultó más complicado de lo que pensé, había hecho una posible lista, con mis tíos, abuelos y amigos de la familia, quienes creía podían atender mi encuesta, pero en la mitad de los casos aún no habían decidido o acusando su derecho a la confidencialidad del voto eludían mi cuestionamiento con picardía. Decepcionado por el fracaso, pero todavía con el mínimo de ilusión, me acerqué a papá y le pregunté lo mismo, él respondió "aún no lo sé, estoy entre Lourdes y Alan."
Yo ya había oído cosas malas de este último en su primer gobierno, pero mi papá pretendía elegirlo y eso me dejaba un poco desencajado. Alan pasó a segunda vuelta frente a Ollanta y el Perú se volvería a polarizar. 

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Fuente: Diario El Comercio - Perú

Otra cosa que me gustaba de esos domingos electorales, era la posibilidad de una reunión familiar, mis tíos podían viajar desde provincia con el pretexto del sufragio y el reencuentro con mis primos se hacía una realidad. Cómo extraño ese tiempo. Aquel día, almorzamos todos juntos.
Mi papá había decidido ir a sufragar después del almuerzo y en efecto, volvió pronto. En su disimulada hiperactividad alcancé a preguntarle, casi secretamente, por quién había votado. Por la estrella, me dijo. Probablemente, mi rostro hizo una repregunta tácita y por eso él añadió con cierta jocosidad "más vale diablo conocido que diablo por conocer".

La semana pasada, en las vísperas de semana santa, aquel hombre que representaba a la estrella roja del APRA en todos los años que viví, se había suicidado en su casa y antes que los policías pudieran cumplir su cometido, aprisionarlo. La cruda noticia de tinte político-policial, que ahora está de moda, conmovió a todos los peruanos, nos impactó tristemente, y a mi papá también. Hoy lunes tras el domingo de resurrección, vi a mi padre después de los feriados, y mientras veíamos juntos las noticias por televisión, recordé que (por lo menos) él lo eligió para un segundo mandato, y aunque, de hecho, eso no le hace un aprista todavía no estoy listo para preguntárselo.

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