Hoy no hay bendición

Sin hacer reparo alguno en lo peligroso que puede ser abordar una unidad de transporte público durante Semana Santa, decidí dejarme llevar por la felicidad significativa que produce el tener un feriado largo por disfrutar. Mágicamente Calamaro estaba en la radio y un asiento solitario junto a la ventana esperaba por mí.

Mi mirada viajaba perdida en el ocaso que iba pintándose en el horizonte, hasta que la voz ronca de un cincuentón capta inevitablemente la atención de todos los pasajeros del micro. El ayudante del conductor, aquel que se encarga de las cobranzas y evita polizones a bordo, había dado una inusual bienvenida a tres religiosas, quienes, con sus tradicionales vestiduras, ingresaron al vehículo desconociendo el infortunado encuentro que iban a tener.

En una casualidad, que parecía dictada por un conjuro del enemigo, las hermanas se vieron obligadas a sentarse en tres asientos distantes entre sí. La figura se había convertido en un rebaño disperso, con su oveja más joven bajo la acechante mirada de un lobo cincuentón. En un movimiento sigiloso, el lobo de esta historia transita el pasillo solicitando las cuotas por el servicio de transporte dejando para el último a su víctima, quien todavía conserva una extraña paz en su mirada.

- Hermanita, ¿a qué hora empieza la misa hoy? - lanza el cobrador.

La pregunta se escuchó claramente en todo el microbús y el silencio de su respuesta también. La joven religiosa le atribuyó una mirada y sonrisa compasivas, haciendo creer a todo mundo dentro del microbús que ella había previsto la jugada maliciosa de este sujeto y que obviamente no caería en el juego sucio. El hombre, evitando mostrarse perturbado por la respuesta, esboza una sonrisa socarrona y parece recuperar el aliento para así volver al ataque.

En un último intento desesperado, el cobrador le atribuyó el intercambio alto de pasajeros a la presencia de las hermanas en su unidad de transporte, y así se lo dio a entender al conductor:

- Chino, ahora sí nos doblamos, si no hubieran subido las hermanitas seguiríamos en nada, ¿no?

A través del retrovisor el conductor parecía comprender la intención de su compañero y solo sonreía con resignación.
Con delicada paciencia las hermanas dejaron sus asientos reuniéndose cerca a la puerta para bajar en el siguiente paradero. Y ahí va por última vez el lobo, ahora a por todo el rebaño.

- Madrecita, por favor, su bendición. - dijo aparentando piedad.

El eco de su pregunta regresa y otra vez solo trae sonrisas compasivas. Parecen haber golpeado el orgullo del lobo y éste reparte garrotazos a todas las ovejas del rebaño. Haciendo la misma petición en cinco formas distintas, apenas había conseguido una mirada displicente de la más joven.

- Madrecita, ya pues, por favor, solo su bendición para terminar el feriado bien. - espetó con evidente desesperación.

- ¡Caray, hombre! ¡Qué majadero! ¿No entiende que hoy no hay bendición? Por Dios, ya déjelas en paz y ábranos la puerta.

La intervención providencial de una pasajera, quizá oveja de otro rebaño, fue quien sentenció a un lobo, que fue por lana y salió trasquilado.
Felizmente, hay de los que pueden llevar la procesión por dentro y otras que no.

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