Los días que me quedan

Con noviembre esperando en la mitad de la semana, un calendario de páginas bimestrales que yace cercano al librero más poblado de la sala ha sido motivo de la querella más memorable del año.

Fui descubierto por mi hermano menor, mientras desglosaba la penúltima página del calendario. Su mirada desconcertada anticipaba la discusión breve pero implacable que iríamos a tener.
De inmediato, en tono protestante, el pequeño reclamó más que la usurpación de funciones (pues es él quien religiosamente al finalizar cada bimestre, desde hace un par de años, se encarga de tal actualización), la ineficiencia con la que además del atrevimiento había mansillado su no minúscula responsabilidad.

"¿Por qué lo hiciste si todavía falta para que se acabe?"

Mis argumentos eran tan débiles frente a su cuestión firme y razonable. Ya para la tercera repetición mi corazón se había ablandado y había caído en cuenta de su error. La practicidad que predicaban mis excusas no tenían sentido frente a la convicción de vivir el día a día con la esperanza de un niño. Vaya lección que fui a recordar al final del mes, de aquel calendario cuya penúltima página bimestral ahora luce unida con cinta adhesiva, como corresponde por un día más.


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