Lima, Perú.
Siempre podemos dejar para mañana lo que podemos hacer hoy. Y quien no lo haya hecho nunca, que tire la primera piedra.
Algunos empezamos a procrastinar más temprano que otros. Como con los cinco minutos más de sueño que preferimos antes que ejercitarnos temprano. Y aunque durante la cuarentena nos tiene cansados de todo parece que de procrastinar nunca nos hastiaremos.
Siempre podemos dejar para mañana lo que podemos hacer hoy.
Ese insensato acto de patear las cosas para el final de un período y gloriarnos de terminar cumpliéndolos, aunque bañados en sustancias adrenalínicas, ha sido, desde hace mucho, confundido con un arte que más que miedo nos da placer. Y en esto último se parece a nuestra condición actual.
Aun conociendo que la procrastinación no traiga tasas elevadas de mortalidad ni nos preocupe tanto hallar la cura o método para contenerla, existe una relación entre la historia que estamos escribiendo con el coronavirus y ella, que correctamente atendida sería una puerta esperanzadora de nuestro futuro próximo. Podríamos decir, incluso, que desde antes que exista la pandemia del Covid19, ya estaba establecida la pandemia de la procrastinación. Y para no variar, respecto a ello, poco se ha hecho. Todas las sociedades, hemos dejado para el final, las grandes reformas que hoy podrían haber ayudado a resolver más fácilmente esta crisis general, y sobre todo, salvar muchas vidas, entre ellas las de algunos amigos.
Ha llegado un agente invisible que ha vuelto a desnudar las falencias que teníamos. Los sistemas de salud ya estaban entenebrecidos, las relaciones laborales nunca estuvieron equilibradas y la clase política corrupta que nos ha tocado celebra a sus fechorías con las puertas abiertas que les da la emergencia. Todos nuestros sistemas casi han colapsado y el desánimo se transmite en el rostro de nuestros gobernantes por cadena nacional. Los que creían en su sociedad ya se inmolaron, los que dejaron de creer, y, ni siquiera pudieron evitar la muerte yacen juntos en cenizas. Pero las muchedumbres menesterosas advierten que es más digno morir enfermos que de hambre.
Podríamos decir, incluso, que desde antes que exista la pandemia del Covid19, ya estaba establecida la pandemia de la procrastinación.
Estamos pagando la procrastinación de la generación anterior a la nuestra y nosotros pagaremos con la misma moneda a la venidera. Porque no estamos cansados de procrastinar ni siquiera teniendo en frente a la muerte. Con resuelta desvergüenza seguiremos pateando y objetando las grandes transformaciones de la propia conciencia.
Quizá para la próxima pandemia será.
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