Tres tiros al palo

Lo que no pudieron aniversarios, matrimonios y funerales, hizo un balón de fútbol.


Ha pasado casi una década desde que terminé la secundaria y el contacto con la gente del colegio es remota. Aunque los grupos en Whatsapp se crean con el mínimo pretexto e incluso cuando a varios se les ha perdido el rastro, todos pueden aparecer. Ahora sé que cuando de pichanga* se trata, hasta los muertos resucitan.

Ni siquiera recuerdo cuándo fue la última vez que vestí atuendos deportivos un sábado por la noche. Pero allí estoy, en el campo deportivo, junto al Purry, Micky, Cobalto y Camacho, quienes se aseguraron, antes de mi llegada, de iniciar el ritual de la botella, o de las cuatro botellas de cerveza que ya habían destapado.
Pronto se sumaron Daga, Toño, Chaco y otra media docena de, hasta entonces, desaparecidos compañeros. Tan coloridos apodos, todos cortesía de Capichi, un rechoncho compañero que de puro terco seguía intentando jugar al fútbol.

A pesar de los casi ocho meses de inactividad futbolística, la magia en mi pierna izquierda se mantenía intacta. Con dos asistencias mías teníamos la ventaja en el marcador.
Pasada la primera media hora de juego, Capichi ensaya una bicicleta al mismo estilo de Zidane y sólo ha conseguido una estrepitosa caída que, de inmediato, desata la risa general, como cuando en un recreo, intentando la misma pirueta se le rompió el pantalón de uniforme, a vista y paciencia de medio mundo.
Aprovechando el estupor, el Purry toma la pelota, se quita la marca de Cobalto y ejecuta un tiro con efecto que Toño, por más que se estiró, no alcanzó. El tiro terminó en el palo más alejado del largo arquero. La risa que se había extinguido se convirtió en un grito casi unánime: "¡Llámala!"

Ese chispazo de talento, era lo que quedaba de aquel diez que consiguió el campeonato interescolar regional en el 2007. Si tan sólo hubiese entrado ese balón...


La única manera de superar a Camacho era evitando el contacto físico. Era casi dos años mayor que todos, por lo que siempre nos sacó ventaja en el cuerpo a cuerpo. Un recuerdo del colegio aparece en cuanto emprendo carrera hacia la posición del corpulento defensor. Aquella colisión en un campeonato interno que me dejó desparramado en el césped pidiendo sustitución. Pero lo que él tenía de fuerte, yo lo tenía de veloz. Con solamente metro y medio de por medio, cambié de ritmo y como jugaba con el perfil cambiado (es decir siendo zurdo me desplazaba por el sector derecho del campo), moví a Camacho de su posición con una zancada y con un enganche hacia el centro, dejé al tronco jugador en el suelo. Los abucheos burlones se oyeron. Podía pegarle al arco pero, por el desgaste de la acción anterior, no habría conseguido un tiro tan potente. Con Camacho casi recuperado y Daga aproximándose velozmente, era una obligación hacer un pase.

"Dicta la tradición que quien yerra el tiro en el palo, es víctima de una infidelidad..."
El Purry aparece libre de marca por la banda izquierda, levanta la mano y pega un grito. Con la punta del pie, elevé el balón evitando que la pierna extendida de Daga alcance a detener mi asistencia. Fue un pase prolijo.
El Purry se aproxima raudo controlando el balón con la mirada y distribuye su cuerpo para imprimir con fuerza un derechazo a contrabote. ¡Era un gol cantado! A diferencia del tiro anterior, Toño quedó inmóvil y solamente acompañó la trayectoria del balón con sus grandes ojos negros. Pero esta vez, fue el travesaño quien le dijo no.
La resonancia del metal ensordeció al portero y un par de maldiciones emergieron de la boca del Purry. "¡Llámala!" se oye nuevamente, pero ahora con un tono más socarrón. El partido terminó enseguida y con un empate a dos. El Purry se lleva al vestuario dos tiros al palo y ningún gol. Si tan sólo hubiese entrado ese otro balón...

Dicta la tradición que quien yerra el tiro en el palo, es víctima de una infidelidad, algo que el Purry bien sabía.



En la secundaria, después de un entrenamiento él había terminado con tres tiros al palo y cero goles. Todos los presentes lo habían molestado con el icónico grito. Dos días más tarde el colegio entero supo que su novia le puso los cuernos con un chiquillo del colegio rival. Coincidentemente la traición se había consumado el mismo día y a la misma hora del partido de práctica.

Diez años después, todos habían olvidado la amarga experiencia. Todos, excepto él. Y mientras los demás se reunían para terminar de beber la caja de cerveza que habían pedido antes del partido, encontré al Purry sentado en una banca del vestuario y con el celular en la mano ligeramente temblorosa, disimulaba un interrogatorio a su actual novia. Por el tono empleado, preferí evitar que me viera. Se sentía la desesperación en su voz casi entrecortada.

El recuerdo atormentaba al Purry, mas él no recordaba que habían sido tres los tiros al palo. Felizmente, esa noche no hubo un tercer yerro. Pero más feliz es ahora, al no descubrir que quien le hace la jugada mientras él anda de pichanga, soy yo.

* Pichanga: forma coloquial de referirse a un partido de fútbol, en absoluto, nada profesional.

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