Saludos de la próxima década

A medida que la enfermedad nos rodea y aprieta, tanto más echamos de menos el último abrazo o beso que participamos. Ya no vemos posible en el futuro cercano estrecharnos de manos con los amigos o recibir las visitas en la casa con un fuerte abrazo. El miedo que trae la peste también crece con la distancia.

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Los progresos globalizadores del mundo occidental se han visto detenidos de golpe aunque las caricias no se hagan efectivas a través de la Internet. En las calles es donde empieza a sentirse cuánta falta hace un buen abrazo. Abrazo de cumpleaños, de felicitación, del pésame, del que viene después del perdón y del que das cuando dices "te amo" sin mediar palabra alguna. Las frías distancias que hoy nos protegen las patrocina la desdichada muerte solitaria.

Ahora, los abrazos van llenos de miedo y allí pierden lo terapéutico y sanador.

Excusados por lo agitado de nuestras vidas cotidianas, le fuimos quitando valor a esos toques sinceros. Ahora, los abrazos van llenos de miedo y allí pierden lo terapéutico y sanador; se dan las manos con desconfianza, vemos hálitos de terror. Somos presas de las psiquis que nos prohíben besar, abrazar, tocar y respirar. Y aunque la virtualidad parezca habernos provisto de tolerancia a ciertos agentes patógenos, allí también se nos va la felicidad.


Si algún día, cuando los números también lo permitan, nos volvemos a encontrar, ojalá no tengamos que hablar de esta cuestión. Pues solo así habrá valido la pena postergar todas estas cercanías para la próxima década.

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