Mamá, voy a ser influencer

Desde hace algunas décadas, con el desenvolvimiento de la era digital y el surgimiento de la sociedad informática, el cerebro humano ha pasado a tener mayores atenciones. Progresivamente, se le educa con menor firmeza, haciéndole víctima de toda clase de estímulos y placeres, los cuales nos ha predicado el nuevo modelo económico de la internet, con una actitud invasora. Niéguemelo.

Ahora, se pasa más tiempo con los ojos sobre una pantalla, simulando jornadas de shopping en tiendas virtuales, buscando destinos por conocer (o visitándolos en la imaginación) y consumiendo cientos de gigabytes de contenido audiovisual, cuya temática, cada vez más, desmerece el esfuerzo de muchos entendidos de las comunicaciones y hacen que muchos de éstos se vean obligados a degradarse con las tendencias o challenges de moda. Hemos, en ese sentido, retrocedido en nuestros estándares de calidad, asumimos todo contenido como válido y nos deshacemos de cuestiones fundamentales por pura ociosidad. Creemos todo lo que oímos y vemos, evitando el rigor de la comprobación. Así, vamos por la vida desperdigando porciones de información con irresponsabilidad y eso lo encontramos, hasta cierto punto, como algo brutalmente divertido.
Leonardo Silva. @oleomello
Una especie de estos agentes son los denominados influencers, que por su traducción, no muy complicada, se prefiere el término en inglés. Entre estas personas, hay un grupo creciente, cuyo trabajo es - únicamente - vender algún producto o servicio aprovechando su condición confiable, famosa y mediática. En la actualidad, la juventud pierde su autonomía cuando recibe el encuentro de esta sección de vendedores, se hacen personas fácilmente manipulables y hasta alcanzan a mostrar su lado más necio, ante una actuación prolijamente coordinada pero que no puede ocultar su falsedad, eso bordea los límites de lo irrisorio y lo indignante. Esto en consecuencia de la búsqueda incesante de placer que el cerebro está acostumbrado a recibir, resultado que deberá encontrar a como dé lugar, sea en una compra, un viaje, una experiencia, aunque la mayoría de las veces resulten fútiles.
Asumimos todo contenido como válido y nos deshacemos de cuestiones fundamentales por pura ociosidad
Hay otra sección de influencers, que promueve muchas cosas provechosas, como la cultura, el deporte y buenas prácticas ambientales, entre otras, Muchos de los cuales, deberían tener un santuario aparte. Sin embargo, la hipocresía ha ido calando hasta en este sector. En la disputa, entre los promotores de estas corrientes postmodernistas, por obtener más seguidores y sobre todo monetizar esas relaciones, se han disminuido los niveles e ido perdiendo los valores, generando incongruencias en los estilos de vida, tanto de promotores como consumidores.

Probablemente, la noticia de la elección de mi profesión, ha sido de los episodios más felices para mi madre. Asumo, entonces, que toda vez que la elección de una ocupación sea bien pensada y no atribuida por un simple descarte o una imposición familiar tradicionalista, resultará feliz para todas. Presunción que pude corroborar en la víspera del día de la madre, cuando en el colectivo, en que viajaba, escuché una confesión bastante laxa.

- Mamá, ya sé qué quiero ser cuando termine el colegio. - A juzgar por la introducción se esperaba un final bastante agradable.
- ¿Qué cosa, hijita? - La madre acomoda la situación.
- Influencer, mamá. - dijo con confianza - ¡Quiero ser influencer!
- Ay, ya me empiezas con tus tonterías. - respondió con frustración.
- No sé, mamá. En serio, ya lo decidí, quiero ser influencer.
- Bueno, ya verás cómo le haces, porque al otro mes ya no pago el internet. 

Gracias señora, feliz día de la madre.

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2 Comentarios

  1. Muy buena disertación que comparto al 100%. Saludos desde Madrid.

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