Los recreos anarquistas de mi escuela

Suena el timbre del recreo y las aulas han de vaciar sus ocupantes. Tras su grito libertario estos seres en crecimiento convergen con mucha prisa en los espacios comunes. Los pasillos y patios son poseídos con desenfreno, pareciera que la motivación de aquella especie de estampida es la conservación del espacio significativo que han encontrado en algún rincón de la escuela.

Algunos, no pocos, corren tras el balón. Es el mismo juego que por generaciones ha gobernado el patio principal de las escuelas en esta parte del mundo, pero el fútbol difícilmente satisface a todos, ni siquiera habiéndose inventado el empate.

En la selva llamada recreo también existe la ley de que sobrevive el más fuerte, ley que sólo puede ser rota por otra anarquía similar.

Ya se han formado hasta seis equipos en el borde del patio, y los de grado menor cada vez más desproporcionados. Echan las suertes mostrando las caras de una mano, los que arrancan el juego ya se han posicionado y los demás siguen debatiendo sobre la estocástica ceremonia perdida a un lado del campo. Corre el balón y la mitad de jugadores van tras él. Se perciben menos atributos técnicos en los más pequeños. Pero ahí viene Valentín, a callarnos la boca. Tiene nueve años y ya ha driblado sobre tres, levanta la cabeza y pretende habilitar a un compañero, el pase es muy bueno, pero el rematador no tanto. Es un anticipo que termina en un contraataque letal, la defensa abierta ha sido fácilmente ganable y el rollizo portero ha quedado sin reacción. Han fallado casi la única ocasión del día. Ahora es turno del siguiente equipo que ya los está desplazando del campo.

Permutan los equipos y el de tercer grado empieza a partirse, no es deslealtad, es sólo que la emoción del juego ya pasó, el discurso motivador de Valentín en las horas previas al recreo ha perdido su efecto, la garganta está seca y el estómago quiere lo suyo. No es que haya perdido mucho, pero Valentín ahora mira a los costados y solo le quedan un portero lento pero animoso, un escuálido corredor y un belicoso y torpe defensor. Falta un gol y ellos volverán pronto a la cancha, pero él sabe que un cuatro versus seis será más difícil de sostener. No había opción para perder la dignidad, así sea con dos jugadores menos, procurarían defender el empate siquiera.

white and black soccer ball on blue surface
@patrick_schneider

- Te falta gente ¿puedo jugar?

Valentín es el más grande de su sección y, por lo tanto, también el capitán. Un chico, dos años mayor que él, le ha pedido dejarle jugar. Valentín, sin consultar al rival de turno, coincidentemente el salón del chico, ha dicho que sí y ha puesto los ojos otra vez en el balón.

- Oye, chico, los dos subimos y bajamos.

Parecía una estrategia lógica, pero la filosofía detrás era mayúscula. Más que una demostración de lealtad era un ofrecimiento de amistad. Manuel o mejor conocido como "Manu", no era tomado en cuenta por sus compañeros de salón, sencillamente porque era el nuevo. Y supo que Valentín podía ser más que un colega del balón. Aquel día la anarquía en el recreo de mi escuela empezaría a resquebrajarse.

Tras una mala definición del rival, quien echó el balón a un par de metros de la portería, el gordito custodio iba a reponer el juego con su saque. Con no poca fortuna, tras un par de pases, el balón llega a pies del Manu, hace un túnel y dribla a otro, los aullidos vienen de afuera del campo y las bocas abiertas se acompañan de rostros extrañados. Valentín disimula su sorpresa y acompaña al jugador, está libre, pide el pase, y ahí viene, el balón parece estar destinado a sus pies, pues hay dos intentos de quite en el camino y ninguno prospera. Valentín está a tiro de gol y sabe lo que tiene que hacer. Abre el pie y echa el cuerpo hacia atrás, si dispara al arco el balón se elevará. Pero no es un tiro a puerta, es una habilitación. El Manu llega por detrás de la defensa, solo, y define. No es gol. El timbre empezó a chillar y aunque el balón fue directo a inflar las redes, el toque final se ha dado después del zumbido metálico y el rival no va a dejarse ganar. El belicoso de la defensa, reclama con violencia y argumenta la validez de su victoria con algunos empujones. La improvisada afición celebra estupefacta, los nuevos astros dejan que los demás sean los querellantes y se devuelven a las aulas con rostro feliz. Manu le sonríe a Valentín, saben que juntos pronto se tirarán abajo a esa anarquía.

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