La tercera molar

Pocos días después de retornar del viaje por Semana Santa, noté cierta molestia qué iba desde un lado de la boca, allí detrás de las últimas piezas dentales, hasta la garganta. Y cuando había pensado que la vía crucis solo tenía parte en el último fin de semana y, por lo tanto, debía quedar atrás, me di cuenta del infortunado nacimiento de una nueva tercera molar, más bien conocida como la muela del juicio.

Uno supone que al regresar de algún viaje, las cosas van a ir mejor luego de ese apartamiento. Desde luego, traje anécdotas muy lindas y el carrete de la cámara lleno de postales inolvidables, que hacían de mi sonrisa una imperecedera, pues me acompañaba en las noches y seguía al despertar. Sin embargo, unos dolores, casi todos físicos, han aparecido para menoscabar las voluntades en estos días posteriores a mi última expedición fuera de casa.

La rutina alimentaria - para alguien que gusta el buen comer como yo - ha sido un trance difícil de superar. Lo más irritante de esta nueva situación, es el cambio en las prioridades y atenciones que, ahora, uno debe tener en las cinco comidas. Antes, podía meter las cucharadas en la boca con, apenas, una simple inspección visual previa; ahora, debo asegurarme que los elementos a servirme sean fácilmente masticables y, una vez dentro, dirigirlos al sector menos complicado de la dentadura. Tampoco llevaba cuenta de las masticaciones, ahora debo hasta calcular si el contenido de mi boca ya está listo para seguir su recorrido. En medio de éstas y otras aparentes insignificancias, la comida ha dejado de ser un deleite para mí.

@lolame ~ Pixabay

La vuelta al trabajo tampoco ha sido alentadora. Tengo un empleo en el que la voz y las comunicaciones, en todas sus formas, son imprescindibles. Esta vez, aunque muy brevemente, he querido renunciar. Quizá sería más sencillo si mi odontólogo habría estado en la ciudad, pero él ha decidido prolongar sus vacaciones en las montañas y no piensa interrumpirlas por atender a uno de sus pacientes más ingratos. Además, con todo lo que me va a cobrar, hasta se me han quitado las ganas de insistirle. Y es ahí cuando reaparecen las molestias y me veo tentado a probar los analgésicos que me recetó por teléfono. Pero aún puedo aguantar otro poco más.
Esta vez, aunque muy brevemente, he querido renunciar.
Han pasado unos días, y en todos ellos sólo he llegado a mirar la pastilla dentro de su empaque para tomar valor y así tolerar el crecimiento de esa inapropiada muela, hasta que pueda hacerse la extracción sin problemas. Y aprovechando uno de mis días libres en el trabajo, he preferido la soledad de mi casa para digerir la posibilidad del cumplimiento de un trágico vaticinio sobre mi salud, que me hiciera un compañero en mi regreso al laburo. "Lo he soñado", me lo ha repetido cuatro veces, y quizá en la quinta no habría dominado mis impulsos.

Ya desde antes he sabido que las actividades domésticas a veces sirven de analgésicos para los dolores del alma, pero esta vez entre tanto quehacer me he golpeado el dedo meñique del pie en el marco de una puerta y por un buen rato he olvidado los dolores mandibulares para recordar en un par de frases disparatadas a personajes de la ficción criolla y apropiarme, además, de un nuevo paso sincopado que puede ser tomado, muy fácilmente, por cojear.

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