Brazos al viento

Hoy la mesa se nos hace larga y aun cuando estoy muy del otro lado, tus ojos siguen intentando atarme.

Como en cada reunión, buscas mi sonrisa para aprobación de tus comentarios, pero mi silencio, típicamente conocido, te es cruel. Todos alrededor de la mesa saben lo que hubo entre nosotros, hasta el verano pasado, pero nadie honestamente se atreverá a comentarlo.

Tus manos simulan tranquilidad entre las manos de otro hombre cuyo nombre no rima con el tuyo, y mi atención aparenta esconderse en el banquete que ofrecen por vuestro repentino compromiso.

Los amigos en común que hace un tiempo nos auguraban felicidad, componen su alegría sobre nuestra extraña convivencia circunstancial y dibujan con cumplidos moderados las diferencias entre tu relación actual y alguna anterior nuestra. La sonrisa inocente de tu acomedido galán confirma la ignorancia de tu pasado, aquel pasado que también es mío.

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Esta noche, nuestros ojos destinados a entablar una conversación pendiente, en el dialecto que sólo ellos conocían, se encuentran sobre la mesa y alborotan los manteles largos que la cubrían. Hay detalles que no se olvidan y nuestros cuerpos cristalizan esas emociones en respiraciones entrecortadas. Pero el tintineo de una copa reclama tu atención hacia los discursos de tus benefactores y conduces tus ojos con engaños a los barrancos del sollozo, porque las palabras benevolentes solo anuncian el pronto exilio de lo nuestro a los rincones húmedos de tu almohada.

No te apures en acomodar tus pensamientos, ni exijas un solo porqué. Estoy ahí sin siquiera saber cómo, afrontando un presente que, sabes bien, debió ser el nuestro.

Entre tropiezos y desvaríos, quedamos quietos frente a frente y tu aroma no es el mismo, tu esencia en sí, ha dejado de ser. Las próximas noches serán las más larga, pues, mientras repase las fotografías felices y lea cada carta romántica, tú irás con paso titubeante hasta el final del altar. Y cuando hayan dejado mis dedos caer sobre el fuego cada pedazo de sus contenidos podré soltarme de tus ojos y tu sonrisa encadenantes.
Solamente así podré abrir mis brazos al viento y percibir sus golpes suaves en mi pecho, en el espacio vacío con tus iniciales, las cuales siempre renuentes prometieron en vano estar allí.

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