Debí decirte adiós

"Sé que si no lo hago hoy, mañana podría ceder otra vez. Levanto mi brazo y con la mirada indiferente hago la señal de que quiero subir".

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He venido postergando suplir esta necesidad por semanas. Nunca le presté tanta atención a los minúsculos montos que el banco me 'roba' por conceptos de mantenimiento en mi cuenta y tarjetas, que cuando vi la oportunidad de invertir en un buen negocio y no tenía de dónde sacar tanto capital. Escarbé cada gasto efectuado y ni la comida, ni los montos de la partida "diversión y recreación" eran tan llamativos como los de transporte. Sí, transporte. Desde luego la culpa es de los políticos. Me obligaron a utilizar otros servicios que son incomparables con los públicos tanto por la calidad como por la cantidad. Y mi billetera lo sabe.
Aquella noche no pude dormir, la única solución que encontré era utilizar el servicio de transporte público masivo, otra vez. Y eso realmente me aterraba.

Hoy, he reducido mis horas de sueño a cuatro. Este es un requisito indispensable para viajar en transporte público. Dicen para evitar el tráfico, pero nunca se tiene tanta suerte. Ellos, los usuarios, creen lo que no puedes en tu cama, podrás en el micro. Claro, recostado en el hombro del pasajero de al lado, o dándole cabezazos a la ventana. Ah, siempre y cuando encuentres asiento disponible. Caso contrario, puedes ir sintiendo lo que las sardinas enlatadas camino al mercado. No importa si vas en metro, en tren o en micro. En Lima, tu final será el mismo.



Hay que ser realmente afortunado para no tener que hacer escala alguna en tu travesía. Y a mí de afortunado muy poco me queda. Con un salario apenas solvente, darse el lujo de evitar el transporte público nunca sería eterno. A la hora que vengo a darme cuenta, sé que si no lo hago hoy, mañana podría ceder otra vez y para entonces sería demasiado irresponsable. Levanto mi brazo y con la mirada indiferente hago la señal de que quiero subir. Ojalá se pase de largo y pierda el micro, me digo. Demasiado irresponsable, me susurra mi otro yo.

*    *    *

Con lo que ha durado el tortuoso viaje, me he puesto al día con la jornada de ayer en los juegos olímpicos y con las jugadas en el Congreso de la República. Y eso porque, entre cumbia y reggaetón, dormir no se ha podido. Con una mano en la baranda y otra en el móvil, apenas bostezar con disimulo he conseguido.
Pero no todo es lamento. Al bajar del micro, ligeramente más despierto de lo que subí, he notado que gasté sólo 40% de lo que usualmente hacía. Esto funciona y debo darme un premio por tal esfuerzo, me dije. Entonces gasté el 60%, antes ahorrado, en una panadería cerca a la oficina. Je. Finalmente, me lo merezco ¿no?

El olor de los croissants de mantequilla aún calientes y el café, de inmediato llamarían a los gorriones. Pero sólo he comprado para mí y Jenny, una chica community manager que llegó la semana pasada. Así que iré con sumo cuidado hasta su cubículo en la oficina, haré la entrega y una rápida salida, pensé. A pesar de mi temporada larga de soltería, creo que mantengo intactas mis dotes conquistadoras.
Y nada podía salir mejor. Cuando llegaba al salón grande, ella venía hacía mí, no dijo una sola palabra, sólo me dio un beso y en respuesta alcancé a titubear un hola. ¡Cuánto habíamos progresado ese día! Del apretón de manos al besito en la mejilla. Sentía claramente la endorfina emanar de mi cerebro. Pero me había quedado allí parado, mientras ella salía.

Todavía con los croissants en las manos. Una pequeña sonrisa de victoria se dibujó en mi rostro. Caminé hasta su posición en la oficina, para recompensar la iniciativa que ella misma había tomado. Podía ver los rostros extrañados de los demás, seguramente por la envidia, cuando depositaba los croissants en el escritorio de Jenny.

- O sea, "jelou", ¡qué te pasa! - dice Mariana. Ese tono me abofetea.
- ¿Por qué o qué? - contesto más extrañado de lo que les creía.
- Acaban de despedir a Jenny, ella se despide de ti, y con un beso, y tú ¿le dices "hola"?

No es cierto, no ahora, por favor, me supliqué. Pero Mariana tenía razón, habían despedido a Jenny y cuando ella se despidió de mí, y con un beso, yo le dije "hola". ¡Le dije hola, cuando debí decirle adiós!

Pobre Jenny, no perdió solamente los croissants y al café con su trabajo. Me perdió a mí. Vaya injusticia, vaya vida.

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3 Comentarios

  1. Oh Jenny!... Y con lo difícil que es conseguir un croissant y café gratis. :C

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  2. Nada mas agotador q viajar en un Chosicano :'(

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  3. Ijole mano; pobre Jenny, perdio lo que nunca fue suyo!

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