Perdido por un cabrito

Antes de comenzar a leer debo asegurarme de que tengas el título del post en su forma más literal. Repito, la más literal.

Hace unos días, mi madre hacía compras en el centro de la ciudad. Conociendo el especial cuidado que le pone a los detalles, con mi padre supusimos que le tomaría bastante tiempo.
Él le preguntó si no le importaba que diéramos una vuelta por las tiendas aledañas mientras ella decidía con paciencia. Mi madre nos miró y con una sonrisa tierna asintió. Nuestros estómagos sobresaltaron de felicidad y es que la espera, como en todo hombre, nos generó hambre y otras cosas más. Ni cortos ni perezosos salimos en busca de algo para degustar. Acompañar a papá de por sí te garantiza encontrar un platillo muy delicioso, el cual viene siempre acompañado de una buena anécdota.

En Lima, a pocas cuadras de aquel comercio, está el populoso Mercado Central, Sin duda, es un icono de la capital peruana. En los alrededores y en su interior prima la música de la Lima añeja. Pasear por tales calles siempre trae una sensación nostálgica y aunque no viví esos años, son como si ya fuera parte de mí.
Mientras recorremos los pasillos del santuario cultural, él no deja de expresar sus conocimientos acerca del recinto.
Mi padre vivió en los campos de Huarochirí (provincia limeña) hasta adolescente, eso hizo infaltable aquel brillo en sus ojos cuando me contó su aventura en el populoso Mercado Central...


* * *

De niño, él, junto a sus padres y hermanos, venían a Lima, la gran ciudad, no muy frecuentemente, pero sí las veces necesarias para abastecerse de ropa, utensilios y herramientas. Para él, una especie de expedición citadina, siempre exorbitante, con algo nuevo por conocer y apreciar. Había caminado con los demás sin aburrirse siquiera un solo momento. Los juguetes, artefactos mecánicos y prendas de vestir llamaban su atención, como la de todo niño. Pero aunque, aquella mañana, sus padres habían dado por terminada la expedición, él todavía no.


Se disponían todos a salir. Ya cerca de la puerta, frente a sus pequeños ojos marrones, yace un cuerpo inerte, pendiendo de un gancho de metal. Absorto él, le pareció que todo a su alrededor se había detenido. El movimiento de gente en el mercado era para nada minúsculo. Mas él estaba perdido y sin embargo, aún no lo sabía. Afuera del mercado, su madre, mi abuela, encontró la angustia al no hallar al pequeño Daniel.

El vendedor expendía las carnes del establecimiento, sus ayudantes preparaban los pedidos y despachaban sigilosamente. La gente hacía cola, sin duda alguna, el puesto gozaba de la confianza del consumidor.
Los ojos examinantes del pequeño Daniel recorrían cada centímetro del cabrito. Él recordaba haber visto ese animal brincando por el campo, pero nunca antes colgando sobre el mostrador. Sin cuero y sin vida. Su admiración era acompañada de sorpresa y desconcierto. Apenas parpadeaba. Podían cruzársele decenas de personas pero sus ojos siempre fijos en el cuerpo del animal.

"Solo hace falta buscar la Puerta, dirigirte hacia ella y tu Padre te hallará."
Estuvo como en una esfera hasta que el sonido de una matamosca, que dio contra el cuerpo del cabrito, le devolvió la audición. Ahora entiende el barullo de la gente, Desconociendo los minutos que pasó detenido, busca con la mirada a mis abuelos. El niño Daniel intenta comprender lo que ocurre. No hay rastro de ellos, ni de sus hermanos. Sus manos se enfrían y empiezan a sudar. Recorre el pasillo, regresa tras sus pasos, corre una vez más, pero nadie sabe ni ha visto a sus padres. Hace memoria mientras contiene las lágrimas, respira profundamente e intenta calmarse. Cierra sus ojos y le pide ayuda a Dios. Al abrirlos ve la puerta, la salida por donde debieron pasar sus padres. Ella daba a la calle, donde hay mucha más gente transitando. Sería  aún más difícil hallarlos afuera, pero él no lo sabe y emprende marcha hacia allá.

La historia se interrumpe, pues llegamos a un lugar donde algo rico hemos de comer.
Es obvio que el niño Daniel fue encontrado, pero ahora solo quiero recordarte que muchas son las veces en que andamos perdidos sin siquiera saberlo, casi siempre bajo una sensación de seudofelicidad. Mas si hoy te diste cuenta que estás perdido, solo hace falta buscar la Puerta, dirigirte hacia ella y tu Padre te hallará.

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