Agradable pestilencia

La luna de Agosto hace su aparición estelar, su escenario: un cielo estrellado con pocas y casi disipadas nubes. El smog citadino no evita el espectáculo natural. A pesar que en el hemisferio sur el invierno sigue presente, hoy la naturaleza ha develado su carácter ante el desorden humano y ha regalado un día cálido, cuando a la verdad merecía uno inmensamente frío.

Vuelvo a la ciudad caminando por la carretera hago escalas para dejar a mis ojos contemplar el satélite natural, creación divina, belleza total. Se oye un motor grande aproximarse. Una furgoneta gris, que desde adentro una voz amigable me invita a subir. Dentro de ella hay otras personas que, seguro, quedaron relegados por el transporte. Me siento al lado de la ventana para seguir enamorándome de la luna.



De pronto, un teléfono suena. Nadie atiende. El teléfono insiste más de una vez. Ante el sonido perturbador se quiebra mi encandilada conexión visual con la luna. Mi afilada mirada busca una víctima con sed de venganza. ¡Ah, caray! Es el conductor.


Un hombre delgado, de no más de cuarenta años, diestro con el volante y hábil para mentir. Sí, para mentir. O al menos eso cree él. Que cómo lo sé. Lee y sabrás...


Viajo en una camioneta confortable, retorno a casa de visitar un buen amigo que vive en las afueras de la ciudad. De mis acompañantes, todos desconocidos para mí. Viajaba en uno de los primeros asientos, fue inevitable escuchar la conversación telefónica:


- ¿Aló? Sí. ¿Con quién hablo…? Ok. – la sorpresa parece no invadirle. - ¡Hola mi rey! – saluda efusivo.

A su lado un rostro se enfada. Una mujer joven de rostro fino, buen porte y elegante sencillez, su presencia no admitía un pero ante algún requerimiento suyo. Sin embargo, no la había visto hasta aquel momento. ¡Ja! Yo andaba, muy concentrado, en la luna.


- ¿Cómo te fue hoy en el nido? – demuestra mucho interés y continúa el diálogo.

Ello parecía incomodar a la dama que viajaba en el asiento del copiloto. Luego lo confirmé.


- Mi amor, ahora estoy manejando, te llamo cuando me detenga ¿sí? Te amo. Cuídate. – y colgó.

La mujer acompañante perdía la mirada por la ventana. Él bromea y es ignorado. Busca tomar la mano de la dama y ella lo esquiva. Está molesta dice. ¿Son celos infantiles o estamos frente a una nueva especia de mujer bipolar? Lo que fuere derriba todo cuanto su aspecto físico pudo haber conseguido. Después de todo, ella es... LA OTRA.


La crudeza del término endurece cada vez que se repite. Lo que pasó hasta llegar a mi destino, fue un espiral predefinido: niñerías por un lado y ofrecimientos de consentimientos caprichosos, por otro. La infidelidad se podía respirar. Excreta un olor que para los infieles sabe a Imperial Majesty1. Olor que para una mujer en casa que espera junto a sus hijos a su esposo, revela una sospecha tardía o, quizá a propósito, ignorada.


La escena parece estar adherida en nuestra sociedad. Actualmente, las redes sociales constituyen pruebas para demandas de divorcio por infidelidad en el 90% de los casos. Y es que la destrucción del matrimonio es una de las más letales armas del mal. Corazones faltos de amor, adormecidos por el placer fugaz, ajenas al respeto y la fidelidad, que inculcan ligereza en los labios y hacen sordos los oídos ante los consejos sabios. Cuánto dolor podría evitarse, cuántas lágrimas jamás se derramarían, ni hablar del daño emocional asestado a los seres más pequeños e inocentes. ¡Oh! Y si tan sólo fuese cosa de tres. Nunca tan pocos.



¿Acaso estás empezando a oler la nauseabunda infidelidad como una dulce vainilla? Vuelve. Nunca es tarde para pedir perdón. No te dejes manipular por el maligno. Dios te creó para amar a otros como Él nos amó. No vayas contra tu naturaleza.


1 Imperial Majesty es el perfume de la casa Clive Christian y que es el más caro del mundo, cuenta con un elaborado proceso de fabricación además de contener diamantes en su presentación final, actualmente valorado en 140 000 euros cada 100ml.

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