Hundido en mi asiento del bus, examinaba
una y otra vez el cofre que Melisa me entregó, no comprendÃa por qué lo hizo. ¿QuerÃa
que guarde algo tan valioso para ella? Fueron ocho largas horas de viaje en las
que no obtuve respuesta al enigma...
* * *
Hoy después de cuatro años, sigo
sin comprender por qué me lo dio. Mientras escribo estas lÃneas me encuentro en
una de las terrazas de la prestigiosa universidad, la gran oportunidad que me
hizo perder la más bella. Puedo ver los campos deportivos en frente de mÃ, el
estacionamiento y los corredores principales por donde muchos jóvenes sonrÃen y
se divierten en su amistad, veo también hay parejas jóvenes tomadas de la mano,
dándose cariño, como cuando iba por la bahÃa y la llevaba en mi espalda. Esas
risas cómplices que infundÃan amor y compañerismo. Yo bien, sentado y
escribiendo. Bebo un jugo de melón y la brisa de la media tarde empieza a
llegar. Aquà en la capital, el clima es diferente, hoy está templado, perfecto
para concluir mi historia.
Todo este tiempo procuré contactarme
con Melisa, nunca contestó el teléfono, tampoco obtuve respuesta alguna a mis
cartas. Mi madre se mudó conmigo a la capital dos semanas después que yo me
instalé. Un mes después de mi partida, Luciano el primo de Abigail, la de la
fiesta ¿recuerdan? Ubicó mi teléfono y misteriosamente me llamó anunciando que
Melisa y su familia se iban de la ciudad. Él no sabÃa a dónde irÃan, solo ya no
estarÃan ahÃ. Desde entonces dejé de hacer llamadas y enviar cartas.
Hago una pausa para seguir
contemplando el cofre. No he intentado abrirlo, mi fuerza puede dañarlo y no
quiero ello. Pienso que si me lo dio, es porque desea que lo conservara en
perfectas condiciones. Ella lo cuidaba mucho, siempre decÃa “el dÃa que se dañe
o le pase algo, mi corazón también lo sufrirá”. Suspiro al recordar su sonrisa,
escondida en sus cabellos acariciados por el suave viento.
El cofre enigma es. ¿Por qué me
lo dio? Aún no lo sé. Parece estar vacÃo. Parece. Si hay algo dentro, qué
podrÃa ser tan liviano y que a la vez no produzca sonido al agitarlo. Las posibilidades
son muchas y a la vez ninguna. Son cuatro años. Cuatro. Mi corazón aún late a
mil cuando veo su foto que escondà de mà en el compartimento secreto de mi
maleta. Aún la amo, tal como el primer encuentro, en la calle, cuando la detuve
y supe que la amaba.
El mozo interrumpe con la nota de
la cuenta mi estancia en la dimensión a la que transportado, antes por la
presencia y hoy por el recuerdo de Melisa, me encontraba. Saqué un billete y lo
extendà a él. Lo recogió y llevó al mostrador. Mientras esperaba el cambio,
seguÃa contemplando el horizonte y un pequeño golpe de metal contra la mesa, me
hizo pensar que la bandejilla habÃa caÃdo y las monedas desparramado sobre el
suelo. Y no fue eso. Dirigà mi mirada a la mesa y el suelo, no eran monedas, era
un par de llaves que congelaron mis ojos y entumieron mis mejillas, con
esfuerzo viré mi rostro, y ahà estaba ella, siempre hermosa. Mis ojos se
inundaron, los de ella no se pudieron contener, nos abrazamos tan fuerte como
para no soltarnos jamás. Me besó. Y otra vez. Siempre soñé estar a su lado una
vez más, pero ahora no era sueño, era realidad.
“Siempre estuve contigo, en el
cofre y tu corazón” dijo.
“Y ¿no vas a abrir el cofre?” añadió.
Quedé mudo, tomé las llaves y
abrà el cofre. El anillo de compromiso de su abuela, perfectamente acolchonado
en el cofre, estaba guardado allÃ.
“¿Qué…” balbuceé.
“Creo que te toca pedirme
matrimonio” – bromeó - “porque sÃ, sà quiero”.
* * *
La historia termina aquÃ. Qué
pasó todo ese tiempo, dónde estuvo los cuatro años, qué hizo y más incógnitas,
ya no puedo contar. Pero basta con decir que hoy soy feliz. Mi Encuentro no
terminó en una calle a causa de un sentimiento enmudecido, tampoco en un parque
en consecuencia de la desesperación, mucho menos en una estación de buses
cuando gobernó la incertidumbre y la decepción. Mi Encuentro se hizo perenne
cuando el mar y cada grano de arena nos fueron por testigos. Cuando la única
voz que podÃa oÃr en el parque susurró ‘espera’.
Cuando dejé mi timidez y exclamé ‘espera’.
Cada dÃa, luego de mi partida a la capital, hablaba con Dios y pacientemente
esperaba su respuesta. Aun cuando no sabÃa de ella, siempre estaba en mis
oraciones. Sin saber qué hacÃas, dónde estabas, con quiénes andabas, por qué lo
hiciste, siempre estabas en mis oraciones.
Melisa, siempre.
.:: André ::.
1 Comentarios
Definitivamente esta historia tenÃa que terminar asà =D
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