El Encuentro - Parte III



“¿Y esa sonrisa?”. Era mi madre, quien apenas crucé la puerta, ya me acercaba el desayuno a la mesa.
“¿Ah? ¡Je! Siempre estoy sonriente, lo sabes bien.” Mamá sospechaba algo, ella siempre tan misteriosa.
“Sí, lo sé. Pero hoy estás diferente. Primero sales corriendo muy preocupado y ahora regresas con un brillo en tus ojos que…”
“Pero mamá, ¿qué podría ser?, es un día muy bonito, ¿no crees?” interrumpí intentando evadir el interrogatorio que veía venir.
“Tal vez… ¿una chica?” sentenció.
No podía huir de la pregunta, tenía sus ojos clavados en los míos. Me llevé la taza de chocolate a la boca. Mi madre tenía todo planificado, el chocolate ni siquiera estaba tan caliente para fingir una quemadura y salir de la cocina. Pero, ella seguía esperando mi respuesta. Con la mirada fija sobre mí.
“Es una chica, ¿verdad?” insistió.
“Su nombre es Melisa, la conocí hace unos meses en casa de Abigail”. No podía quedar más tiempo callado, sabía que con mamá la incógnita no sería fácilmente resuelta.
“¿Y cómo es ella?” mi madre se acercó sigilosamente, trajo su taza a la mesa, volvió a llenar la mía y atenta sus oídos pedían más.

* * *


Nunca olvidaré ese día, abrí mi corazón y conté cuanto sentía. El chocolate se nos acabó pero la plática nos tomó casi toda la mañana.
Más temprano, mientras trotábamos alrededor del parque, Melisa y yo hablamos, reímos, jugamos. ¡Éramos felices!
Echados sobre el césped, mirábamos los árboles y los nidos que allí habían, todo era perfecto cuando estábamos juntos.
Jugábamos como dos niños, sin miedo al mañana ni el ayer. Vivíamos nuestro hoy y era suficiente.

* * * 

Tres meses pasaron, ella y yo éramos más que un par de inseparables amigos, éramos felices.
Los últimos seis meses fueron de ensueño. En ningún momento se disipó la sonrisa de mi rostro. ¡Éramos felices!

Había llegado el momento de hacer perpetua esa felicidad, le había puesta una fecha de inicio y era hoy. Esa mañana cuando hablamos por teléfono, quedamos en pasear juntos por la playa al atardecer, ella pasaría por mí y en la playa, frente al ocaso, sintiendo la arena en nuestros pies, oyendo al mar acariciar la bahía, le pediría que sea mi novia.
La hora había llegado, yo esperaba, impaciente. El sonido del timbre aceleró a mil mi corazón, bajé las escaleras tan rápido como la primera cita.
Cuando abrí la puerta, mi ilusión quedó suspendida, era el encargado de la correspondencia. Caminé hacia la rejilla del jardín y cuando recibí el paquete de cartas, alcé la vista, ella estaba en la calle del frente. Siempre hermosa.
Entré y dejé las cartas sobre la mesa, estaba listo para ir a mi encuentro, sin saber que aquel acto precedente destrozaría corazones.

 * * *

En toda mi vida no encontraré un mejor atardecer que ése. La brisa del mar acariciaba su fina cabellera, el ocaso era perfecto complemento a sus ojos y su sonrisa era para mí.
Sentados frente al mar tomé su mano, ella me miró y sonrió.

-          “Quédate aquí, aquí conmigo. No te vayas, estemos juntos” - dije, llevé su mano a mi pecho - “Estos latidos son por ti” continué.
-          “Me siento la mujer más feliz del mundo  junto a ti” dijo ella.
-          “Desde hoy y para siempre”.



Besé su frente y dije: “El mar y cada grano de arena nos son por testigos...”
La cargué sobre mi espalda todo el camino de vuelta. Ella jugaba con mi cabello, llenaba de besos mis mejillas. La bahía se convirtió en mi lugar favorito desde esa tarde.
Nos detuvimos frente a su casa, ninguno quería decir hasta luego, no queríamos dar por terminado El Encuentro, nuestro Encuentro, no así.

“Gracias” susurró.
“Sí, a Dios, él sabe el porqué de nuestro caminos” contesté.

Estiró sus tobillos, cerró sus ojos y se apoderó de mi cuello, una gota cayó sobre mi brazo, no pregunté por qué, su abrazo fuerte y tierno, era de felicidad.
Aquella noche apenas y concilié el sueño, pensé en nosotros, hasta el amanecer.

* * *

Los rayos potentes del sol atravesaron mi ventana con la única intención de arrebatarme mis perfectos sueños. De golpe ingresé a la ducha, tenía una fuerte sensación que luego del baño pensé desaparecería, no fue así.

Me ataba los cordones de los zapatos y escrutaba mi sentir, ¿qué podría ser? Un vacío ocupaba mi corazón. Hice el nudo de mi corbata y me propuse bajar a desayunar. Mi trabajo en la radio de la ciudad, me gustaba mucho. Hacía 5 meses que era el locutor favorito del distrito.

Hacía también una semana que Melissa y yo habíamos disfrutado esa tarde en la bahía. Desde aquel día mi sonrisa no se borró, pero hoy, hoy no podía. La razón por la que me sentía así la descubrí cuando llegué a la cocina y vi la nota sobre la mesa. Lee esto, es importante, decía. Dejé, sobre la mesa, el vaso con mi jugo de naranja, vi el sobre y comprendí que lo que sentía era un presentimiento, un desafortunado presentimiento. Abrí el sobre y vi su contenido. Eran los resultados de mis exámenes. 

Hace 6 meses me presenté a un concurso para obtener una beca en la universidad más prestigiosa de la ciudad capital. No sé por qué lo sentí, eran buenas noticias, pero en el momento equivocado. Fui seleccionado como uno de los becados. Ubicado en la mejor sección de la institución, con grandes ventajas sobre otros alumnos, respaldado por las buenísimas calificaciones que tenía, pero ¿y Melisa? 

Ese mismo día, presenté mi carta de renuncia en la radio. La decisión estaba tomada. Sabía que lo que Melisa diría sería lo más cabal. Pensábamos casi igual. Era momento de darle la noticia.

Le pedí que almorcemos juntos. Frente al mar había un restaurant, le mostré la carta, ella la vio y decayó su rostro. Respiro profundo y dijo:

-          “Tienes que irte, no hay que discutirlo, lo sabes, ¿verdad?” 

-  - Pero quiero estar contigo, nuestros sueños, planes y todo por estar juntos, ¿dónde quedarán?
    - Sabes, mi madre dijo que somos muy jóvenes y que en lo nuestro tarde o temprano algo así pasaría.
Quería interrumpirla y contradecir lo que ella me decía, pero… tenía razón.

-      -¿Cuándo partes? - dijo cortante.
-      - Mañana en la tarde - contesté ofuscado. ¿Acaso quería que me fuera ya?
-  - Entonces debes preparar tus cosas, no queda mucho tiempo. Tendrás que mudarte completamente.
-   - Bien, así lo haré.

La conversación terminó de manera extraña, nunca habíamos discutido ni alterado alguna plática. Siempre fluía la armonía, paz y dulzura en nuestras pláticas, pero hoy, hoy era el final.

Aquella noche como la semana pasada, no pude dormir, el nudo en la garganta era asfixiante. La noche fue tan larga, entre lágrimas, reclamaba porque tenía que pasar eso y justo ahora.

Cuando volví a abrir mis ojos era ya tarde, terminé de alistar mis cosas y me dispuse a tomar la salida interprovincial. Antes de salir de casa, cogí el teléfono y llamé a casa de Melisa, intenté varias veces, sin repuesta alguna. Colgué el teléfono, cogí mis cosas, las metí al auto y conduje hasta la estación de buses. Siempre mirando a todas partes, completé mi proceso de embarque, esperaba que ella aparezca y me pida que no me fuera. Pero sabía era eso imposible.
"Bienvenido a …" la anfitriona cumplía su protocolo mientras yo pensaba en Melisa.
Ya ubicado en mi asiento, lo único que quería era que el bus se eche a andar, ¡mentira! Deseaba con todo mi corazón que el bus nunca partiera, así ella tendría oportunidad de llegar.

El motor del bus fue encendido, los boletos de los pasajeros comprobados y lentamente comenzó a moverse. Cerré mis ojos y respiré profundamente. Agité la cabeza a los lados y entreabrí los ojos. Allí estaba ella. El bus tenía una velocidad considerable y seguía acelerando. Me puse en pie, pero la perdí de vista, hice un esfuerzo, a empellones logré acercarme a la ventana y sí, ¡ella estaba allí!

Golpeé, con enérgica desesperación, la puerta de la cabina del conductor y logré detener el bus, bajé corriendo a su encuentro y nos fundimos en un único abrazo. Mi corazón aceleró a mil. Ella abrió sus brazos y dijo: “esto es para ti, cuídate mucho, siempre estarás en mis oraciones, siempre”. Me entregó un cofre, dio media vuelta y comenzó a correr, subió al auto de su madre y se perdió en la carretera. Quedé yo solo, sin saber qué pasaba, no lo comprendía, ¡no podía! Mis rodillas temblaban como la primera vez, ¿ocurrió lo que debía pasar? Sólo sé que la había perdido. Ése fue nuestro último Encuentro. No habría más. No más nosotros. No más ella y yo. No más… no más Encuentro.

FIN

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4 Comentarios

  1. NO, ¿cómo que fin?... Tienes que decirnos qué había en el cofre!!

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    1. Angie, lo que mencionas es un pequeño gran detalle. Si bien es el fin, ¿qué crees contenga el siguiente post? ¿Un prólogo, o un epílogo? Gracias por los comentarios.

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  2. Otros detalles Andrés es que hay algunas correcciones que hacerle, pequeñísimos pero igual errores =P. De todos modos esta muy bien, solo que muy triste ese final.
    Y creo yo, en mi humilde opinión sería mejor un epílogo =)

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  3. oh que triste ese fue el ultimo encuentro,muy linda historia pero triste al final a veces no siempre acaba muy felliz y aceptarlo es triste,Felicidades Andres lindo EL ENCUENTRO.

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