Buenos días, profesor

Hace un par de meses, aprovechando mi disponibilidad horaria y para solventar la incubadora de proyectos que vengo trabajando, acepté trabajar en una escuela como maestro de informática. Para qué decir lo contrario, cuando lo cierto es que el muy novel profesor no sabía en qué se estaba metiendo.

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Premio. Al profesor más sociable.
Las primeras tres semanas de esta aventura fueron claves para cobrar el protagonismo debido, pasar de ser el profesor nuevo al profesor más sociable (con reconocimiento y premio incluidos) batiendo así el récord de la institución educativa. Sin embargo, el paraíso social iba recibiendo sus primeras nubes grises con las tareas que existen más allá del dictado de una clase y que al final constituyen la gran labor docente.

El cambio de bimestre llega con la última oleada de actividades nuevas, entre las que destaco la abigarrada documentación y los variopintos informes psicopedagógicos. Ya para cuando crees tener un par de días libres, el sublime bullicio estudiantil vuelve a reinar sobre tus oídos. La apacibilidad en estos tiempos nunca me había resultado tan valiosa.
Del misterioso club de los "colegas" ya poco queda de misterio, sin pecar de osado, sepa que el sentido del humor tradicional puede quebrar las más altas barreras que impone la edad, la experiencia y sus paradigmas intrínsecos.

Desearía cerrar esta entrada con un final más concreto, pero el profesor nuevo aún desconoce en qué se ha metido, ya ha sonado la campana y debe regresar de inmediato al salón.

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