- Señores, muy buenos días. Antes de encender el motor, tengan la amabilidad de abrocharse los cinturones. Si no los encuentran, están en la parte derecha de sus asientos.
Todos obedecen la orden.
- Recuerden que las únicas paradas permitidas son...
No. No son las indicaciones previas a emprender un vuelo, tampoco las de un tren y ni siquiera, por último, las de un ómnibus. Estoy sentado en el asiento del copiloto en un minibús.
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Casi normal ver pasajeros anormales. |
Es la octava vez que coincido en un mismo vehículo con Marcelo, de profesión: conductor. Hace 6 años forma parte de una empresa de transportes, que a pesar del buen servicio y el respaldo de la población usuario, aún no recibe la aprobación del municipio. Y como están las cosas así seguirá. Aunque lo quiera negar, Marcelo y todos sus colegas son INFORMALES.
La informalidad del transporte en mi ciudad contiene cifras escalofriantes, desde índices de actos delictivos hasta muertes por accidentes de tránsito. Es un verdadero caos. Nadie ha podido acertar con la solución. O mejor dicho, nadie ha tenido el coraje de echar a andar la solución que todos esperan.
Mientras escribo estas líneas, Marcelo conversa conmigo y conduce bien atento. Hay congestión vehicular, otra vez.
Atrás en los demás asientos, algunos leen, otros echan una siesta o chatean por el celular. Su forma de conducir transmite tanta seguridad. Su móvil timbra, se disculpa por la interrupción y atiende la llamada. Su dispositivo de manos libres es más sofisticado que el mío. Sonrío. Hasta en la tecnología le había subestimado.
La congestión vehicular le obliga a innovar sus rutas. Casi siempre llegamos a tiempo y nunca recuerdo por dónde.
- Señores, ha ocurrido un accidente a la altura de... - la llamada le había notificado tal hecho - debo cambiar la ruta, ¿están todos de acuerdo? - finalmente dijo.
"Ellos no se van, tienen para rato"
La confianza en Marcelo y el waze que lleva en su cerebro hicieron que todos digamos sí. Creo que tener más Marcelos en las pistas sería la solución, aunque pensándolo una vez más, quizá Marcelo sea parte del problema y no nos hemos dado cuenta.
Cuánto quiero extrañar esas horas perdidas atrapado en el tránsito, cuánto quiero extrañar la polución que ahí se genera, cuánto quiero extrañar las noticias por accidentes de tránsito y las protestas de los transportistas. Quizá termine extrañando también a Marcelo. Sin embargo, sigo sin poder hacerlo. "Y es que ellos no se van, tienen para rato" me lo dijo mi papá, pero no quiero decírselo a mis hijos.
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