Tus "vistos" ya no me importan

"En una era donde encontrar una buena conversación es casi una fantasía y donde fácilmente nos encerramos en los espacios reducidos de un teclado, apareciste tú."
Imagen: Unsplash.

Las voluntades del tiempo y del espacio no podían resistirnos y nuestras mentes se acariciaban en placentera tertulia, desconociendo formatos y vanas introducciones. Me confiaste tu ideal y me encargué de hacerlo tangible. Nuestras libertades dependían entre sí desde que concedimos tácitamente una relación que creímos nadie perturbaría. 

Mas cuando la realidad parece un sueño, las dudas aparecen inevitables. Y ante ello, mis saberes, suscritos a tus procedimientos, completaban tu figura en los cabos ininteligibles, interrumpiendo incertidumbres en sus lejanos crecimientos y trasladando mi mirada a lo que decías ser.

Así como alguna vez me quisiste y me deseaste a tu lado, así también marchaste sin dejar alguna carta en tu lugar. Las llamadas a tu puerta, contarlas está de más. De pronto, con presteza, inventaste una agenda donde mi nombre no tenía parte y adquiriste una línea nueva, lo suficientemente privada de mí.

"Podíamos estar a cada lado del mundo y sentirnos juntos todavía".
Aún recuerdo nuestros ocasos favoritos, los que se producían en la montaña, frente al mar o en tu terraza. Eran favoritos porque estabas tú y me tenías junto a ti. Lo decía tu sonrisa y lo decía sin mentir.
Podíamos pasar la noche entera hablando sin percibir la otra voz como tediosa, sin la obligación de hacer una larga pausa o reprimir las carcajadas genuinas en la madrugada. Podíamos estar a cada lado del mundo y sentirnos juntos todavía.

Por completo había deshecho esas barreras que ahora pensaba reconstruir, porque ya no estabas tú. Era alguien en tu cuerpo, con el corazón mudado y la sonrisa discordante.

Cuando mis mensajes instantáneos se perdían en tu conexión activa y mis llamadas quedaban sin eco al final de una infinita repetición, volvimos las miradas en una intersección ineludible y nos sentamos frente a frente en el café de la primera vez. Me dijiste no es tiempo y respondiste mal otros porqués.


Yo solamente quería saber si eras tú, la excepción que, a plenitud, consideré ya extinta. Excepción por la que aquella noche lloré, porque no quería que tus ojos esclavistas me dejaran ir.

Y si en otro tiempo preferí serte un día esclavo que tener mil libres de ti, ahora, tus vistos ya no me importan, pues felizmente es primavera, cuando hay más flores que entregar, paseos que hacer y silbos que oír.

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